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Los dogmas


Protegidos de antemano por una espiritualidad grotesca e infantil, el hombre se desenvuelve en dogmas cada vez más complejos e indefinidos creando límites psicológicos en un intento por definir su propio fin. Ya que se desconoce el punto de partida y habiendo experimentado a través de los siglos con esa especulación espiritual y colectiva, llega un punto en el que se transciende todo aquello que tiene sentido. La razón de ser pasa a ser una institución que ha de superarse y uno acaba convirtiéndose en algo inusual a su propia naturaleza.

No pretendo caer con esto en doctrinas nihilistas simplemente constato el hecho de un devenir opaco en el centro mismo del saber; donde la salida es establecer jerarquías universales repartiendo el bien común a modo de arcángel bienaventurado. Ese institucionalismo se propone en un sentido estricto, desarrollar la percepción de lo absoluto sin fisuras. De ello se deduce un conductivismo emocional del que se nutre, por ejemplo, el republicanismo norteamericano que sigue estableciendo sus propias reglas en un proceso deshumanizado y traidor más parecido a una partida de rol que a un tablero de principios políticos certeros.

Vayamos sumando datos; el juego barroco de la representación iniciado por Descartes, supone un equilibrio interior en el que cabe todo. El contrato Roussoniano deviene un principio ordenador dentro del caos que junto con el espíritu Hiperbóreo de la matemática oriental y la superioridad semítica de las religiones bienintencionadas y transcendentales alimenta la configuración mítica de la figura demiúrgica portadora de luz y vida en eterna juventud. El particularismo humano, en especial el de aquellos individuos que irradian una luz especial y única; confirman las teorías caústicas del hombre como centro del Universo ya que ello supone un siempre complejo análisis sobre el sentido de la divinidad y la naturaleza pagana de facto del hombre lo que implica, a su vez, un conflicto existencial. Este sobrepeso psíquico, resuelto por los antiguos bajo el manto del cristianismo y el misterio de la Santísima Trinidad; personifican una construcción espacial de un hecho que de otra manera ponderaría una impostura frente al devenir sacrosanto del quehacer humano.

Supongo, que para flemáticos esta el parlamento. Sin embargo es tan grande la diversidad que todo renace de nuevo, cuando se trata de cuestiones adversas. La providencia entendida como progreso supone a la larga un obstáculo cínico y destructor. En ese sentido, juega un lugar destacado el gusano cósmico; el cual representa a la burguesía ancestral y su trono metafórico a modo de tablero juguetón. Para que ello, no suponga un problema a la conciencia ciudadana; no debemos continuar por el etnocentrismo visceral y centrífugo que nos gobierna, ni mucho menos caer en posturas puritanas y paternalistas como las de antaño. El populismo, junto con la conciliación sectaria, son una máquina de insuflar obtimismo a la mediocridad. El ateísmo pertinaz que pretende hacer representable, aquello que carece de valor y dar la razón a quien no la tiene; sólo se explica, si lo que se pretende explicar, valga la redundancia es ver por una vez los hechos a partir de actos imposibles. En este submundo de héroes, se repiten sistemáticamente conceptos arcanos con la pretensión de establecer un conjunto de relaciones cuando el mejor camino es seguramente obviarlas.

Distinguiendo claramente los vértices y matices de forma más o menos original,seremos capaces de identificarnos con lo que nos rodea haciendo el mundo creible y especial. Sin caer en posturas surrealistas pedigüeñas y sobresaltonas como el arte Pop; donde sólo vemos aquello que es apariencia y jovialidad, buscamos no caer en el prejuicio escatológico o en una evolución sin leyes en función del instante para que al final la transformación del azar en destino no suponga una involución. La razón pura transcendental de Kant ya denunciaba este sistema. Hoy las subiditas y bajaditas, las formas de estar y no estar en la vida, de ver aquello que se quiere ver y de no ver aquello que no se quiere ver; nos introducen en aquellas intrigas palaciegas propias de otra época.

De hecho, contemplamos el inmovilismo como algo refinado y consustancial para establecer estructuras ortopédicas que acaban traduciéndose en términos de valor crematístico intentando con ello evitar la ruina individual. Construir a partir de la más absoluta indolencia e irreverencia posibles para establecer luego una construcción espacial perfecta es de fatuos. La actual ingeniería social, lacaya y perruna sigue adornada de pureza singular y anímica luchando por los misterios de un alma en guerra en un mundo agitado.

Ese horizonte, del que ya nadie espera nada mantiene aún la figura del sujeto en forma indeterminada que busca en la máscara su proceso identitario. Todo se acumula en un juego sonoro y cálido donde el interés aparece disfrazado de emotividad. El misterio de la Revelación supone un río por el que fluyen esponjas cancerígenas y miles de flores en un canto dinámico y alegre. Si la cosa se complica, la civilización asume un papel más ordenador y cavernoso. Todo adquiere un sentido punitivo y el valor se convierte en esencia. Ya tenemos un mundo que hay que cuidar.

Habrá quien reivindique paraísos perdidos y entonces el devenir dulce del alma supondrá una práctica espiritual consciente. A partir de aquí, se trata de traficar con influencias próximas y ajenas a nuestra naturaleza quintaesencial, sutil, erudita y refinada.

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