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Las instituciones


Sabemos de sobra que en cualquier actividad colectiva, no queda nunca nada claro cual es el papel del individuo y cual el del grupo; porque aparecen, en ello, cuestiones de representabilidad, coherencia y responsabilidad de lo que se supone que debemos hacer en cada momento. Esto es aún más patente y explícito, cuando se trata de circunscribirse a la cuestión de las instituciones. Donde el paradigma actual es crear la institución, luego administrarla y, finalmente, venderla al mejor postor sin importar mucho quien o que pasa por dicha institución, en una especie de sistema rotativo de naturaleza indeterminada. Y eso ocurre, continuamente, en el campo de la administración del Estado, en el fútbol y en el resto de las instituciones de dicho carácter (puede aplicarse la misma fórmula, en el caso de los individuos que trabajan en dichas instituciones).

Donde esta, pues, el límite si es que ha de haber uno y quien se encarga de establecerlo. Supongo que en un principio la gracia esta, precisamente, en buscar ese límite añadiéndole a ello la visión crepuscular que uno puede tener; al ver que algo nuevo nace en un tiempo determinado, contemplando al mismo tiempo sus posibilidades e iniciales planteamientos. Hoy, esa es además, la condición de la globalización y del almacenamiento masivo de datos hasta perder casi, con ello, el sentido de ciudadanía; siendo la cuestión ética, la encargada de dar sentido a todo eso.

Pongamos un ejemplo. La cuestión de los romanos en relación con los germanos. Los romanos nunca creyeron en un sistema igualitario de sus instituciones. Lo que si creían (al igual que los griegos), es que frente a la barbarie más valía sujetarse a un modelo determinante que nada. Y por eso aguantó ese modelo durante tanto tiempo. Además, tenían frente a ello diversas experiencias referenciales como la de esos griegos, macedonios y fenicios. Luego todo eso cayó por su propio peso. Pero no como producto de una decadencia sistémica, sino, a partir de un modelo evolutivo mucho mayor que el suyo. Esto es; a partir del principio de incertidumbre (antes de eso sólo existía el politeismo y las normas de tipo indoeuropeo). Curiosamente, los artífices de esa obra no fueron ni ellos mismos ni nadie parecido culturalmente a ellos; sino, que fueron esos mismos pueblos bárbaros empujados por la incertidumbre aria los que accedieron a ello.Tal vez, en consonancia con la influencia judeo-africana del cristianismo emergente.

Bien, a lo largo de los siglos esta circunstancia se mantuvo así hasta mediados del siglo XIX; cuando surge de esos mismos bárbaros, el concepto de reconstrucción nacional y los nuevos planteamientos sobre el destino propio y ajeno. Pero, esta vez, a partir de una visión aún más globalizadora que la que tuvieron frente al pueblo romano de entonces. Y todo, coincidiendo ahora con la revolución industrial y el sentido universal de su política, esta vez, si, universal. Optando por maximizar esa cuestión hasta acabar en las mismas puertas del infierno, allá donde estuviera, pretendían aportar una visión enfrentada al mundo occidental para optimizarlo y sacar provecho de paso. Pero, sin darse cuenta, de que el mundo a su alrededor era ya una miscelánea no tan particularista como la de antaño.Y que era capaz de engullirse a la propia idea del tiempo, como vamos viendo ahora.

Entonces, nos llega a nosotros el holocausto y la idea de los totalitarismos hacia el este derivándose de ello; esa propia cultura germánica diferencial y el nuevo discurso evolutivo del momento, del que ya hablaremos más adelante. La sensación es, y sigue siendo, que la cultura alemana fracasó aparentemente al no conseguir el imperio alemán ninguno de sus objetivos tras la derrota en la II Guerra Mundial. Se trata de un punto muerto en la historia más reciente. Una situación muy parecida a la de hoy; donde nos seguimos sosteniendo gracias a que, en el fondo, esa deriva industrial y cultural sigue vigente pero con otros protagonistas.

En definitiva, toda esa parte de la historia representa un giro que no llegó a producirse, dirigido expresamente a la disolución del ente occidental para el propósito de otra visión fundamentalmente distinta. Ni mejor ni peor, sino distinta. Distinta, en el sentido de optimizar los recursos del planeta. De gestión y nueva praxis frente al entonces modelo colonial de libre mercado muy parecido al modelo socio-convergente actual. Pero, como también vamos viendo; todo aquello era, en general, una cuestión integral en el sentido de canalización de paradigmas enfrentados al momento. Si eso no se entendía entonces, dudo mucho que a estas alturas alguien lo recuerde y lo asuma como algo propio.

Hagamos un pequeño balance. Por un lado, tenemos la voluntad de transformación de las cosas que tenían los alemanes y los que no eran alemanes. Por el otro, la correlación evolutiva que en términos generales pasaba por el devenir liberal y la oligarquía dentro del esquema industrial. En ese enfoque, la percepción de las circunstancias era vital para afrontar esos riesgos, y eso es exactamente, lo contrario de lo que ocurrió. Volvamos ahora al asunto que nos concierne. En la medida exacta que dábamos a nuestras instituciones estaba la solución. Esto es, el discurso catalizador del humanismo que veníamos lastrando desde el Renacimiento. No era acaso evidente, que frente al protomarxismo del siglo XIX había que poner algún tipo de freno sistémico para no sólo entender la procedencia de lo que estaba por llegar sino; ir un poco más allá confiando, en cierta forma, en un proceso que a todas luces era de naturaleza constitutiva.

Hoy, en pleno siglo XXI, vivimos aún de esa concordia existencial parasitando el centro vital y neurálgico de nuestras vidas. Y eso es porque, además, nos concierne a nosotros, queramos o no, ese destino sea este de la naturaleza que sea. He ahí, que ahora toca reenfocar la situación y, nada mejor que unas instituciones transparentes y críticas para con esos postulados de anormalidad o incertidumbre.. Me gustaría acabar diciendo que el trabajo hecho desde las instituciones hasta ahora es el correcto o, al menos, lo parece no es menos cierto que tiene que verse reflejado en la sociedad. Y, es por esto, que una visión unidireccional o convergente del mundo no hará otra cosa que obstaculizar esta visión. También, es cierto, que los movimientos de oposición al sistema en vez de favorecer este enfoque, no hacen otra cosa que hacerlo aún más difícil con sus continuas recetas trasnochadas y sus propuestas divergentes.Todo parece indicar, pues, que esa normalidad a la que hacíamos referencia vendrá condicionada por la suma de todos sus factores.

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