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El marco naturalizante del racionalismo en el ámbito museítico.


Hoy no hablaremos de ningún museo en particular. Lo que haremos será inventar uno. No desde cero, evidentemente, sino siguiendo la propia lógica museística, hasta imaginarnos cual y como ha de ser el museo del futuro. Para llegar hasta este punto es preciso establecer primero una pauta. O, mejor aún, una excusa de porque hacemos esto. En primer lugar el mundo cultural que como hemos intentado explicar en anteriores artículos siempre a estado relacionado, a un nivel objetual, con el mundo que le rodea (donde para ello ha sido preciso la instrumentalización institucional) continúa siendo el eje del valor que concedemos a esa misma labor museística. Por otro lado tenemos la impronta que suponen las nuevas corrientes (podríamos decir, cognitivas o conceptuales) que rastrean esa escena y la articulan a partir de su significado. Lo que supone que ese mismo hecho objetual, cristaliza en un determinado contexto conceptual.

Bien teniendo en cuenta esto aparecen a principios del siglo XX y tras una serie de vicisitudes que suceden un siglo antes, nuevos comportamientos en relación gramatical a su propio periodo histórico. Quiere esto decir que si en un principio las expectativas (tanto del arte como de la ciencia) son de mercado (esto es, que se abren al mercado, a la industria, a la especulación...) incide, y de que forma, en el ámbito público al que va destinado. Este cambio empírico supuso en su momento, un cambio también en la opinión y percepción de dicho objeto u objetos. Más recientemente, esta racionalización supone extremar aún más dichas causas. Dicho de otra forma. Es el proceso objetual el que se abre o accede a todo tipo de ámbito y producto culturales. Ya que es este, precisamente, el punto de interés e inflexión para un tipo de público condicionado por tales circunstancias.

Ahora bien: ¿que representa esto para nosotros?. De entrada, como decíamos al principio, el reconocimiento de la continuación de una determinada escena general. También, el condicionante a dicha escena. Me explico mejor. A un nivel interpretativo, dicho objeto ha de ser estudiado y entendido en su ámbito "productivo". Esto es, a partir de su función y puesta a punto (expositivamente hablando). Es evidente que a medida que progresa en contenido (ese objeto) también lo hace en significación. Sin entrar ahora en grandes especulaciones, queremos que el valor de ese objeto sea representativo de sus nuevas cualidades. Esto significa, que estas cualidades (genéricas) no siempre son las mismas (y es, desde aquí, donde si radica el valor especulativo de ese objeto).

Sigamos. Hagamos nuestra esa frase de Dalí que dice: "Incomprensión colosal, deliciosa del fenómeno". Dalí, al margen de su pintura era, además, un buen observador cultural. Entendía que el arte se vertebra no hacia el vacío sino a partir de su propia autonomía.Era un relativista empírico, vamos. Con esto queremos decir que el arte para algunos artistas además de estética es la representación de unas determinadas propiedades intelectuales. Lo que nos introduce de nuevo en aquello que queremos contar. Cuando a partir del siglo XIX, se democratiza el arte y la cultura, lo hace igualmente la historia de sus objetos. Con ello, sus destinatarios volverán a ser otros.

El sentido que nosotros podamos sacar de ello, tal vez, sea prematuro aventurarlo. Pero está claro que un mayor grado de compromiso supone un mayor grado de conciencia. En este sentido, no podemos hablar de caos actual en la cultura y si de proyección sistémica. De hecho, es de esta proyección de lo que estamos intentando hablar aquí. Esta extensionalidad fenomenológica (si queréis) es sólo el síntoma. La punta del iceberg de algo mucho mayor. Así, todo y ser una filosofía particularista, la fenomenología (como ciencia que estudia empíricamente los fenómenos) no hace sino que aportar datos relevantes. El territorio, las costumbres, el diseño de las ciudades, la decoración interior de las casas; todo es importante a la hora de valorar nuestros objetos. Si esta circunstancia la trasladamos al museo tenemos que, este, revaloriza su condición. El museo del futuro será aquel que mejor exprese esa condición.

Se tratará, pues, de un proceso de integración y de entendimiento (tal y como lo entendían los primeros humanistas del Renacimiento). Sin embargo el propósito del artículo no es exaltar el universalismo, sino más bien, concentrarlo en un punto. Este acto de entendimiento al que hago referencia se debe ver como parte de un todo donde se recupera una cierta noción del saber total, una de cuyas últimas manifestaciones tuvo lugar durante el siglo XVIII (si hemos de hacer caso, de Mircea Eliade) y que, más tarde, el siglo XIX tuvo la virtud de convertir en un movimiento de tipo ecléctico en el que, en cierta forma, aún estamos inmersos con más o menos fortuna.

En este sentido y ya desde el marco del racionalismo en el siglo XX cabe destacar la cada vez más estructurada teoría museística y su aplicación en nuestras instituciones a raíz de este proceso de globalización del saber, que aún no tiene claro si ha de derivar en nuevas concepciones heurísticas o conservar lo conseguido.

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