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Zombies


Los zombies son aquellos sujetos en mitad del mensaje profético y la guerra de religiones como parte activa de un mundo en descomposición y al que pertenece todo aquel que no ha sido nombrado ni deseado. Son, además, una fuerza tangencial herética y diabólica al mismo tiempo, siempre al acecho de fuerzas no experimentales. Son, en definitiva, la distorsión formal de lo sentido como propio. La pérdida de propiedad a ese nivel, representa tropezar con algo acabado ya de entrada; lo que supone que su naturaleza dialéctica es contraria a si misma ya que a partir de ahora no se tratará tanto de encontrar el principio de un proceso que en esencia es el saber (y que por eso mismo, se nos presenta como inacabado) sino de seguir una pauta a partir de un punto muerto.

Esta ruptura con todo paisaje sagrado donde no existe ya lo creado, es la forma que tienen algunos de vivir con cierto sosiego. Para que les dejen en paz, al margen de psicologías de masas, de la mugre de las ciudades, del ruido de los coches o de la culpa del mundo. Eso si, con el deleznable dogma de la alteridad que no hay que confundir con la alternancia. Y como la vida da para eso y mucho más, no hay límites ni paraguas ético más allá de doblar el beneficio.

Hecha la ley, hecha la trampa. El hombre sabio indudablemente acostumbra a doblegarse a su sino hasta parecer un símil de lo que algún día fue. Y ya que esa es la cuestión, tiende a personificar, a desdibujarse frente al destino. Acostumbrados como estamos al desierto y su habitad, todo parece maravilloso en la pradera banal de la razón ilustrada. Hasta que se acabe el tufo a frescor, y comience a abrasarnos en la boca ese aroma a poblado del oeste americano en el que nos movemos como un banco de peces; confiando que en esa escena; algo pase, que alguien caiga, que algo se tuerza o que todo se venga abajo.

Por eso mismo, poco tiene que ver la historia sagrada con esto. El síndrome es claro. Somos hienas acechantes donde no cubrimos ni siquiera la distancia de nuestro aliento para pensar más allá de lo elemental. En esa coyuntura no hay prueba posible de iniciación. Sin espíritu, sin comunidad, sin ritual; no existe el don, ni la gracia ni nada que pueda mostrarse en el futuro ni siquiera como anunciaba la postmodernidad, el olvido eónico de un tiempo dorado. Y sin lugar para una batalla, sin Campo de Marte, sin destino a Júpiter, sin utopía singular, sin una Roma imperial, sin una República Universal; quedamos como muñecos frente a la historia de los pueblos en una acracia incapaz de dominarse, entre otras cosas, porque en el mundo de nuestros zombies no hay juicio universal ni tampoco recuerdo de cosas particulares, terrenales o celestiales. Y, perdón, pero quizás esa es la grandeza de ser zombie.

Por ello, el zombie es una figura que no se desdobla ni en la actitud ni en el conocimiento; porque de hecho no tiene origen, y así no hay posibilidad de respuesta como tampoco de idealización. Y eso a partir de que el modelo filosófico universal se centra en la idea de que ni siquiera puede llegar a tener sentido hablar de unos agentes que se aparten de esa optimidad; lo que nos ofrece el hecho de que cuando una sociedad acaba rigiéndose por normativas negativas infiere y hasta que punto en la irrealidad de sus modelos, incentivando la duda como mensaje explicito. Y ello, pese a vivir bajo el manto actual de las concepciones moderadas de la racionalidad que no excluyen tales conductas porque ellas mismas ya se han encargado de introducir ciertos elementos interpretativos en esa realidad, con el objetivo de restaurarla.

En ese sentido, ser o parecer un zombie por contraposición podría ser lo más cercano a una lectura realista siempre a la cola logarítmica del conocimiento dando un apoyo y compromisos explícitos. He ahí la paradoja. Para nuestra desgracia a eso oponemos una lectura socialmente aceptable a partir de la idea de que los hechos son un compendio de juicios naturales y son, por eso mismo, obra de nuestro propio juicio lo que según algunos supone un decrecimiento de esa misma metodología del conocimiento. Es como si ambas posturas se complementaran y fueran suficientes para explicar el mundo por identificación y proyección inconsciente desde donde se abre el nicho de posibilidades al relativismo contemporáneo.

¿Pero entonces; porque hablamos entre pasillos de falta de autoridad, de fijación e instrospección e incluso de concentración en lo más elemental?. Tal vez todas ellas son enfermedades hereditarias de los siglos XIX y XX. Sin embargo, podríamos apostar que frente a lo expuesto cabe otra posibilidad de futuro. ¿O es que quizás nos este ocurriendo como nos asegura Javier Sádaba a propósito del racismo; que lo que le pasa al propio racista, es que por no llegar no llega ni a tonto, y eso sucede cuando carece de la sabiduría elemental para discernir con la mecanica moderna?.

Aquí, nos interesa hablar de un fenómeno más allá incluso de todo concepto racional. Nos referimos al concepto de individualismo; y lo digo, porque no hemos superado dicho sistema aún. El espíritu humano como productor y creador de si mismo así nos lo recuerda ya que todos los sistemas sociales y económicos deben pasar desde hace miles de años por el concepto de Estado. Así, no necesitamos ir más allá de nuestras fronteras ya que nuestro deber es acrecentar la imagen que tenemos del Estado y, por ende, del individuo para que fluya mejor cualquier vertebración social o económica. En ese sentido, Paul Ricoeur decía que el principio del mal no es de ninguna manera su origen; ya que la dialéctica hace coincidir lo trágico con lo lógico. Y cuanto más prospera el sistema, más marginales quedan las víctimas. Por eso mismo, el filósofo se pregunta si habría que renunciar a pensar el mal.

Su problema, la respuesta idealizante del yo. Me imagino que frente a eso no se le puede oponer el sustantivo "a pelo". Sin embargo, así es. Es lo mismo que sucedió con la caída del muro de Berlín. Frente a la caída del telón se abre un vacio existencial. Para la inmensa mayoria de la población, representa un símbolo anodino de una sociedad anodina que sufre de despoblación (en Berlín y Alemania del este) y de la que se espera su valor testimonial ahora que todo a pasado. Claro que eso no casa ahora con la imagen que tenemos de los alemanes.

El caso alemán es parecido al de la India donde había que entender la yuxtaposición de casta y democracia. La yoidad en eso poco podía hacer y hacía falta añadir algo más si lo que se buscaba era alguna clase de unidad substancial. Me refiero, en concreto, al sustrato orgánico más allá de la lectura racional que pueda tener todo ello. Lo digo, porque no hacía falta caer en posturas como la de Oswald Spengler donde al capitalismo de masa sólo se le opone el dominio de la espada y la sangre.

Por ello, no se tratará tanto de sentenciar como de suponer; porque no hará falta llegar al fin de los tiempos o del mismo mundo para regenerar o renacer en una nueva realidad natural. Sencillamente, hay que conservar la matriz; seguir predicando en definitiva por muy especulativa que sea y siga siendo la ciencia moderna y cuya única función es seguir estando al servicio de la existencia. Y ahí, no cabe tampoco la perorata insubstancial y cavernícola de la personificación del yo en un mundo moderno de subidas y bajadas de tono como sucede actualmente en términos generales; o de supeditación a las cosas propias del niño que ha de vivir en ese mundo (esto, lo extraigo de la Ideología alemana de Marx) y donde también se establecen categorías morales para el negro, el mongol o el caucásico negroide al que indudablemente el filósofo tilda de hombre infantil, pagano y supeditado a las cosas materialistas. O, en su otra versión, supeditado al espíritu sin objeto y a la sombra del protestantismo. Esto es, ante la verdad en el espíritu. Lo que tiene su continuación lógica en la escuela alemana y francesa pre y postrevolucionaria convirtiendo esas verdades en unidades colectivas de facto. Ese es el estilo de Marx; ser criatura y creador al mismo tiempo donde (y esas son sus palabras) el hombre asentado significa solamente que lleve siempre la contabilidad de sus propias mutaciones y refracciones.

El alma rusa entendió eso como un paso más allá de la potencia del sujeto revolucionario. Supo esperar y aprovecho la oportunidad. Ahora no cabe sino retroalimentar a esa criatura en otro tipo de contrato con necesidades fiscales diferentes y en paz con el mundo y consigo mismo. Sigue siendo una actitud zombie, pero esta vez con un tinte dantesco.

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