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Orígenes museísticos de Cataluña (2)






Una vez superado el desenvolvimiento orgánico de las clases e instituciones, sustentándose en la idea de soberanía, como formas de Estado determinados en sentido nacional (sumando el hecho de la aparición de la burguesía urbana a partir del siglo XII, ya que es desde Italia y, luego, Alemania desde donde se extiende por toda Europa el espíritu capitalista), es cuando, posteriormente, van floreciendo en los siglos XV y XVI, las primeras muestras renacentistas, de influencia italiana y con marcado carácter cosmopolita (recordemos ahora algunas experiencias museísticas: la del Capitolio, en 1471; la del Vaticano, en 1503; o la de los Uffizi, en Florencia en 1581). En el caso catalán, no es hasta bien entrado el siglo XVI, cuando se desarrolla dicho movimiento, en realidad, en Valencia siendo esta la capital efectiva de la Corona de Aragón. En cualquier caso esto no significará la desaparición del estilo Gótico sino más bien una permutación, ya que el gótico o lo gotizante continúa desarrollándose hasta el siglo XVII siendo, además, esta influencia mucho mayor en el terreno artístico que el propio Renacimiento (de hecho, algo similar sucede en la misma Italia). Tenemos, pues, que existe una corriente humanista muy importante a partir de: influencias italianas y flamencas, erasmistas, la propia figura de Juan Luis Vives en Valencia, la incorporación de elementos renacentistas en la arquitectura y la escultura, el corporativismo de la época, etc. A ello, hay que añadir el hecho de que existan gran cantidad de artistas extranjeros y autóctonos pese a que se siguen encargando las mejores obras en Italia, lugar desde donde parten diferentes escuelas y estilos hacia el conjunto de los Países Catalanes (Aragón, Mallorca, Cataluña, Valencia, Nápoles, etc), a partir de las influencias de Rafael, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel. Es la época, también, en el que el influjo catalán se esparce por el mundo a partir de criterios políticos y económicos y, de la incorporación de territorios como Sicilia (1285), Cerdeña (1324) y el Reino de Nápoles (1442). No es casualidad que, en la actualidad, el MNAC posea importantes piezas a partir de colecciones como la de Cambó con obras que van del siglo XIV al XIX, la colección Thyssen-Bornemisza, o la propia colección renacentista del museo que engloba el periodo renacentista y barroco.


A partir del siglo XV se produce, el auge del coleccionismo en el seno de las monarquías absolutas, momento este en que, tradicionalmente, se sitúa la distinción entre historia moderna y medieval. En el caso caso catalán, este devenir viene acompañado ahora de la pérdida progresiva de poder en favor de la unificación nacional peninsular o, dicho de otro modo, de su reunificación tras la Reconquista. Esta, que es una circunstancia para muchos estadistas de la época como un periodo crucial de la historia de España se resuelve, finalmente, superando las estructuras feudales hacia posiciones soberanistas y de apertura del comercio (recordemos el caso de las ciudades italianas enriquecidas con el comercio con Oriente hacia Europa, después de la etapa de las cruzadas).



Más tarde, a nivel peninsular, el siglo XVIII será el de la llegada de los Borbones a España y, con ellos, el de las ideas del despotismo ilustrado y reformador. Es la época en que, a nivel historiográfico, aparece en Cataluña vía Francia y Valencia el criticismo (tesis historiográfica en la que se refutan las fuentes historiográficas a partir de su empeño metodológico), que aleja los postulados barrocos y austracistas y, en la medida de lo posible, el provincialismo imperante hasta el momento entre la clase intelectual catalana. Se dejan de utilizar los grandes temas sobre reyes y batallas en beneficio de las costumbres, las leyes, la cultura, la economía o el clima. La cultura y el pensamiento se tornan naturalistas, en pocas palabras. Un siglo después, será el de Kant, para quien la identidad se hace trascendental, y esa misma identidad personal aparece en la razón práctica como una forma de postulado. Más tarde Schelling y el idealismo alemán, revisarán ese aspecto estrictamente abstracto y empírico hacia un ulterior desarrollo metafísico de conceptos universales, cuyo principio de identidad será: a todo ente, como tal, pertenece la identidad.

Volviendo a lo nuestro, cuando durante en el siglo XIX surge el concepto moderno de Estado esto influye, también, en el modelo cultural que ha de gestionar el patrimonio artístico y científico del país. Es el momento en el que las grandes casas nobiliarias entran en crisis y se dispersa el patrimonio en favor de la burguesía que había podido acceder a la riqueza gracias a la industria y el comercio. La era de la Ilustración se deja a un lado y entra con fuerza una nueva corriente de pensamiento: el liberalismo. En este orden de cosas, el siglo XIX, es el siglo de explosión museística por excelencia. Ello va a repercutir, un poco más tarde, en el ámbito catalán y ya desde una administración territorial provincial en la percepción que tienen los museos del mundo a su alrededor (en consonancia, a nivel europeo, con la ideología romántica y su posterior metodología positivista). En este sentido, surge aquí por ejemplo en Barcelona, en 1907, la Junta de Museos de Barcelona, que hará labores de adquisición, recuperación del patrimonio arqueológico y cultural e inventariado de los diferentes fondos recogidos hasta el periodo de la Mancomunitat y la II República. Aparece también, por poner otro ejemplo, la figura de Joaquim Folch i Torres (1886-1963) como director de los Museos de Arte de Barcelona entre 1920 y 1939, desde la cual realiza una intensa labor de recuperación del patrimonio románico catalán. Siendo, además, becado para estudiar la organización museística extranjera por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (institución nacida en 1907, y presidida por Santiago Ramón y Cajal hasta 1934, año de su muerte). Por otro lado, es de destacar la labor que realiza la Junta que es muy loable aunque sigue algunos criterios un tanto nefastos muy en boga por esa época en materia de arte, como el hecho de adquirir sólo obras de autores modernos y contemporáneos siempre que estos hubieran muerto. Los parámetros culturales de entonces buscaban a nivel artístico, por ejemplo, el poseer una colección clásica y moderna, y que esta significara un modelo para los creadores y artesanos nacionales. Por otro lado, estas actividades consiguieron establecer una pauta de futuro en relación al carácter patrimonial de los museos actuales siendo el Estado quien garantice de forma incipiente, un proceso descentralizador y apoyado en formatos locales y/o provinciales (cuestión esta que afecta, sobretodo, a Cataluña y el Levante). La lista de personajes es larga en esta época, y la vamos a dejar para posteriores artículos. Sólo adelantaremos que es el momento, también, en plena euforia noucentista, de los grandes eventos culturales como la Exposición Universal de 1888 o de las diferentes Exposiciones Internacionales de Bellas Artes de Barcelona, que se fueron sucediendo desde ese mismo año hasta mediados del siglo XX. En esta misma línea de actuación aparece en 1943, en Barcelona, el Museo de Historia de la Ciudad que acoge las colecciones de propiedad municipal que habían sido reunidas y expuestas en la Exposición Internacional de 1919. Estas colecciones de naturaleza artística y arqueológica se amplían en la década de los años sesenta y setenta del siglo XX con el enfoque etnográfico que las caracteriza hasta que llega el periodo de la posmodernidad. En el paréntesis de la época franquista, la Junta pierde toda su autonomía aunque su patronato sigue estando formado por el Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación. Reinstaurada más tarde la democracia surge en pleno traspaso de competencias, en 1990, (con la aplicación del modelo de Estado de las autonomías que da como fruto la Carta magna española de 1978) la Ley de Museos y, en 1993, se transforma esta institución definitivamente en la Junta de Museos de Cataluña una de cuyas funciones principales es la modernización y creación de nuevos museos catalanes.

Además, con la democracia la tendencia es racionalizar y priorizar el gasto público desde el interés general a la vez que se conecta con un nuevo modelo (periodo posmoderno) que representa un impulso de crecimiento en el número de museos así como un nuevo fomento de los museos provinciales y un factor de identidad y cohesión social muy en la línea de la periodización y territorialidad catalanas tan característica en términos europeos. No es menos cierto que al igual que ocurre en el resto del Estado español ello suponga un riesgo, una de cuyas primeras consecuencias sea la aparente desconexión de lo cultural y lo político. Sin embargo, la Carta Magna justifica por sí sola la separación de poderes públicos garantizando la autonomía de los municipios a los que concede personalidad jurídica plena a través de sus diferentes ayuntamientos.

En resumen, el esfuerzo de estas políticas culturales responde a tres premisas básicas: el aspecto cultural, de gestión y el marco socio-político. En el marco de continuidad de estas pautas cabe destacar el desarrollo y sostenibilidad de sus propios paradigmas y, los nuevos escenarios surgidos de la globalización. El enfoque que se da desde la Comunidad Económica Europea y desde la propia administración española es (como hemos dicho ya) el del desarrollo local tanto como el de los propios paradigmas nacionales capaces, en ambos casos, de emitir dividendos culturales. El interés se centra, así, hacia la comunidad, el público, o el usuario. En el fondo esto significa sólo una cosa que partiendo de un proceso descentralizador se asume, también, un nuevo modelo de descentralización en relación a la propia administración y a su organización territorial. Añadiendo, además, a ello nuevos comportamientos en las políticas de gestión de esa administración. Este planteamiento surge, finalmente, de una forma más clara a partir de finales del siglo pasado hasta hoy en una línea donde van a aparecer redes y sistemas que van a permutar hacia la aparición de unos paradigmas conceptuales propios y, de la propia autonomía del museo.


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