Ahuyentemos las hienas
¿Después de Tiziano y Manet qué queda por descubrir?. Miguel Ángel nos enseñó que se puede ser el mejor discípulo de Aristóteles y de Platón. Supongo que ahora se trata de saber que grado de complicidad hay en todo ello y si es justo o no; lo que se nos adelanta sobre su grandeza. A los tres, sin duda, hay que “recogerlos” con objetividad, como si estuviéramos hablando de reyes.
Y yo me pregunto, además: ¿Qué hay de noble en un Rey o una Reina?. Quizás nada, me respondo. De hecho la monarquía es hoy el paradigma de normalidad absoluta en lo personal y profesional. En este país no hay un hombre más normal que el Rey y su familia, y si miro en el pasado sucede lo mismo. El trabajo de los sabios siempre ha sido ir puliendo esta imagen, aunque por suerte, siempre ha sido posible salirse de la norma en esa esfera de lo social.
En ese sentido, un hipócrita brillante que se mueve de forma ambigua y modular; y del que referirse a él es referirse al método moderno, es o fue Kant. Leyendo sus obras (no de un tirón, evidentemente), te das cuenta de que es precisamente moderno por introducir una cierta mecánica de orden indeterminado que nos conduce al origen y a la pregunta funcional de porque uno nace y es lo que es. Uno puede ser trabajador y seguir siéndolo toda su vida o cambiar. ¿Qué hace, pues, que tome un camino u otro?.
Un aspecto importante, es la base a partir de la que se va tirando hacia adelante. Si esa base nace a partir de lo infrahumano y lo racial; entendido como aspecto orgánico-deductivo (como hacia Sócrates, Grecia y todo el pensamiento espacio-temporal a partir de la cultura Indo-Aria o Indoeuropea que es a la vez deista y multiplicadora de bienes escogidos al azar) es de suponer que todo ello es un valor de peso, un factor a tener en cuenta. Si además, simbolizamos en ello a la razón y el conocimiento; y dispones de la materia moldeable elegida, entonces, ya tienes un sistema.
Por eso creo que entender a Kant es entender una parte concreta del conocimiento, aquella que comprende a la naturaleza como un ente predispuesto a ser conocido. Sin embargo, y aquí entran factores crítico-deductivos, perdemos con ello la representación de las cosas, porque es verdad que conocemos el principio, pero seguimos preguntándonos que si estamos aquí es por algo.
¿Entonces qué ocurre, porque este vacío?. Me imagino, que el cuerpo dice basta y opta por lo superfluo, lo naif, lo gratuito y lo insustancial. Y así, enfrascados en lo que nos toca o sea el naturalismo industrial, optamos por deshacernos de la carga negativa para proyectarnos de forma lógica y eficaz hacia una meta común. Lenguaje, identidad y símbolo, supongo. En ello, los españoles si fuéramos inteligentes deberíamos ir traduciendo nuestra cultura otra vez. No latinizar y si internacionalizar. Pero no como Marx que es utopía, producto de una época, de un discurso, periodismo estructuralista y poca cosa más. Retomemos, pues, nuestro discurso nacional. Federico García Lorca, la generación del 98 y el resto. Ahuyentemos hienas a partir del discurso abstracto presencial de lo que hemos heredado. Entre otras cosas, la actual noción de perspectiva o sea la no perspectiva en el marco de un equilibrio emocional, de un mundo todavía antropocéntrico.
Tímidamente, el mundo va recuperando; la geopolítica, el urbanismo, las ciencias de la tierra… Quedan como trasfondo las universidades elitistas y la escuela de Chicago que navegan contra viento y marea frente al talibán. Por mi parte, carezco de una base académica exterior que sí por mí fuera no habría tenido ningún problema en realizar. Pero el mundo no funciona así, y aquello que hubiese dado coherencia a la cuestión ontológica, hoy no existe.
Por último, dar puerta a ciertas realidades; entre ellas, al mismo concepto de realismo, del que se le presupone el fin de la modernidad. Cuestión esta última posible; si el mundo se pone como de hecho así es a redefinir posiciones obsoletas.
*
