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El Olimpo. La morada de los dioses


Existe un mito en el que antes de que existiera la tierra y la luna ya habían sido creados los hombres espontáneamente. Esa primera raza fue la llamada raza de oro. Esos hombres eran súbditos de Crono y vivían sin preocupaciones y sin trabajar.

Así, sucesivamente fueron surgiendo más razas como la de plata, las dos de broce; y la actual, la de hierro cuya actitud es degenerada porque es cruel, injusta, maliciosa y lujuriosa. Fueron los que destruyeron la civilización micénica; la de aquellos guerreros que lucharon en el asedio de Tebas, la expedición de los Argonautas y la guerra de Troya.

A estas cinco edades del hombre se le suman las cosmologías y el resto de mitos de la creación desde donde se desarrollan las historias más variopintas dentro de un naturalismo decadente que se parece mucho a la historia contemporánea de lucha y descanso merecidos.

Y bien, a partir de aquí que vemos; quizás, el ideal gnóstico en su decadencia o el agnóstico en su finitud o tal vez un poco de ambas ideologías. El caso es que todos sabemos que el discurso épico (el campo de acción de los hechos), se transformó con el cristianismo porque mantuvo su iglesia en el criterio, la idea y la constitución espacial; y todo ello, junto con las categorías que determinaban el destino del alma y su historia.

A propósito de ello, el filósofo alemán Hegel afirmaba que la verdad conserva y supera al error; por lo que, la fenomenología del espíritu consistía en la marcha del pensamiento hacia su propio objeto. Algo contradictorio desde mi punto de vista porque el espíritu objetivo es precisamente el talón de Aquiles de esa moral occidental. Lo que supone que más que realizarse en lo universal a partir de un despliegue de contención fáctico surga de sus mismos márgenes la posibilidad de superación mecánica. Y es que el secreto de la divinidad fue descubierto hace tiempo bajo el manto de la singularidad; por lo que, es correcto pensar que podemos caminar sobre ella sin miedo a caer en el vacío.

Sin embargo, no podemos dejar de lado la evidencia del inconformismo ilustrado, que al igual que la Alemania nazi o el antiguo bloque soviético estaban ambos repletos de idealismo. También es cierto que en mitad de ese idealismo existía ya una cruzada para combatir el marxismo justicialista y posibilista porque las potencias occidentales tomaron conciencia de ese peligro y siguiendo esa máxima, el mismo pueblo alemán tendría que haber tocado suelo y esperar un poco para encontrar ese huequecillo de la nueva hornada chocolatera y frutal vienesa (el caso Hitler del que ya hablaremos más adelante en otro artículo).

Cansado estaba el mundo para tanto trote; así es que seguramente ahogó en ciernes la esperanza de vencer a la oscuridad, entre otras cosas por no distinguir la naturaleza de la proposición contrachapada de una nueva era al margen del capitalismo y la escuela de Frankfurt. Supongo que parecía desleal especular con eso cuando el mundo se venía abajo. Y de hecho así es hasta nuestros días donde tras la pista de ese humanismo ilustrado se sigue el camino equivocado de ir prolongando ese naturalismo tanto como se pueda y sin ningún tipo de contraste.

Así hoy en día el caso en Francia del Frente Nacional y el resurgimiento de la extrema derecha en general me hacen suponer que estamos otra vez frente a una trampa mortal de la que no es posible que caigan tantos idiotas. Y sin embargo así es porque lo visceral poco tiene que ver con todo esto, lo que da una sensación no de decadencia sino de orientalismo victimista y melancólico tras el paso de la fugacidad modernista.

Tal vez, el campo resolutivo estaba en los márgenes del olimpismo aguijoneador de algunos sujetos verdaderamente revolucionarios pero no hablaremos de esto aqui porque a estas alturas me resulta un poco rancio y anticuado todo aquel movimiento modernista. No queda sino esperar de ese Olimpismo una muestra más de conciencia emancipadora con la que tendríamos que conformarnos. Sólo adelantar que ese terreno ya está abonado desde hace mucho tiempo y que al igual que Rommel, ese prototipo de Junker que ni mostraba contemplaciones, ni las esperaba para el; nuestra actitud debe ser la de ir venciendo esos carros de cinismo e incertidumbre recalcitrantes.

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