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Papa, yo quiero ser artista.


Recientemente, leí por internet un artículo: "Niñecer, una visión del arte contemporáneo. Hacia la involución antropológica" escrito por Rocío Agular-Neus en una revista de antropolgía cultural, en la que se hacía mención al hecho de la existencia de artistas involucionistas. Artistas que en su momento, eliminaron los límites en los años 90 abriendo una nueva dimensión a la experimentación del espacio y sus consecuencias. El anhelo de transformación es sustituido aquí por el deseo de vivir y la realidad es el principal punto de inspiración, y todo ello en relación a su aspecto infantil.

En este aparente paradigma tan actual, el hecho de que ello conlleve según la autora a una involución artística a partir de una involución antropológica; me lleva a pensar como conclusión en un cierto conductivismo crítico por no ir más lejos en cuanto a perogrulladas. Reconozco que es propio del quehacer antropológico esta especulación pero teniendo en cuenta que nuestros dirigentes piensan como ayer (siempre en un sentido constructivo) en términos de luces y sombras; y que de este hecho, forme parte también el mundo del arte, los artistas ya nos dedicamos desde hace tiempo a estar por encima de este tipo de particularismos y supuestas globalizaciones metafísicas sin más reparo que la inocente esperanza de ver reflejado nuestro mensaje en alguna pared.

No es menos cierto también que el relativismo moderno se enfrenta hoy al disfraz del antropólogo corriendo el riesgo con ello de que el arte se convierta en un gabinete de curiosidades (Mark Dion llama a esto la cadena del ser, Boltanski se conforma con conectar lo individual con lo colectivo y Banski con representar una totalidad oculta). Por eso mi idea era aquí averiguar la cuestión de como es posible enfrentarse al hecho de agrandar estos mecanismos cognitivos sin correr el riesgo de caer en involucionismos, mesianismos o facticidades de todo tipo.

El caso del mesianismo es, en este sentido, un tema bastante crudo de entrada ya que supone el punto de partida para una gran mayoría de artistas advenedizos y no tan advenedizos. En cuanto a la involución me remito al hecho de que no existirán jamás culturas capaces de sacrificarse por nada, ni siquiera en un sentido refractario o suicida. Todas están dispuestas a mejorar las condiciones de vida de sus miembros. El hecho de la facticidad entronca básicamente con el devenir de aquello que cosideramos real a priori. En ese sentido, se establece un juego de principios éticos y morales que en el mejor de los casos pueden ser superados a partir; no tanto, de una supuesta revelación (como explicaría el modelo cristiano) o de una sufrida imposición de valores neutros (como es el caso del marxismo) como de la facticidad misma; que en este siglo XXI empieza ya a plantearse en un sentido crítico teniendo como eje la posibilidad de agrandar o empequeñecer el pecado original con todo lo que ello conlleva. Así, una cultura no funciona siempre bajo un prisma dualista o simplemente literal sino también abrazando todo aquello que considera útil y necesario. En ese sentido, establece nuevos parámetros produciéndose una selección, y el resultado es rodearse de cosas bellas, testimoniales y objetuales, alejándose en la medida de lo posible de posturas difusionistas; como lo hiciera parte de la antropología inglesa de principios del siglo XX, la Alemania de Hitler o más recientemente, la Cuba de Castro por poner tres ejemplos recientes. Es fácil caer en ese determinismo haciendo incompatible aquello que es posible. Sin embargo, hoy la opción contraria sigue siendo ese libertarismo rancio consistente en una presunta libertad metafísica en su viaje sin retorno al deseo y la esperanza. Como decía John Locke nadie sabe si un sueño será rápido o si la virtud cuadrada, eso dependerá de su figura. Lo cual es lo mismo que depender del azar.

Volviendo al principio, si se diera el caso que se da; de posibles comportamientos infinitos como nos muestra la realidad, la ciencia cognitiva y la psicología evolucionista, deberíamos resolver la ecuación y no quedarnos en el planteamiento inicial del predecible autómata o del tonto cósmico en un continuo vaivén de intrusión politeista. Bajo el prisma de Bismarck que llegó a decir "es el café concierto lo que roe la tierra", podemos extraer conclusiones sin llegar a extremismos repetibles en todo su desarrollo. Ello no supone que el propio orden natural presione a través del sufrimiento a una mayor adaptación cultural sino que para satisfacer esas necesidades biológicas o culturales basta con formar parte del juego.

La etnografía se refiere a ello como formar parte de un organismo para futuras teorías sobre el hombre. Sin embargo, ello supone ya una exclusión pues no todos podemos aportar alguna herramienta a ese macro organismo. Ese aspecto utilitarista del arte no me interesa aunque las relaciones casuales que de ello se puedan derivar; aún siendo deterministas, adquieren religiosamente su pedazo de cielo bajo el que llueven como armas arrojadizas mensajes más o menos poéticos. Es la teoría liberal de la conciencia individual que suma y sigue. Ahora mismo en este país vale todo; el semen, la sangre, los niños, la piel, los pies... Todo sirve en la ascensión conceptual a partir de un sólo criterio; el yo como referencia, el resto como habitáculo de ese yo y reflejo de lo que me permite mi decencia. Lo bueno prevalece, lo malo desaparece por sí sólo. La herencia adquiere protagonismo y a partir de aquí lo imposible. El funcionalismo analiza los elementos que no funcionan para aislarlos y corregirlos. De este modo la sociedad podrá seguir evolucionando.

Y es que yo pensaba estúpidamente que el artista no es ni será nunca simplemente un agente de normalización social o algo parecido a un funcionario. Sin embargo me equivoqué en ese aspecto de la condición humana.

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