Los obstáculos
La reivindicación del individuo por el propio individuo que tiene que enfrentarse con la gran masa colectiva desemboca en una especie de atomismo cultural que es característica de nuestros tiempos. Las necesidades sociales, por otra parte, necesitan seguir adelante. De ahí, la contradictoria sobre valoración con algunos individuos e ideas. A ello, hay que sumar también la perdida de fuerza de la religión que recogía antaño los valores espirituales y que hoy han vuelto a cambiar de contexto.
Hay quien opina que la libertad individual tiene que estar muy por debajo del interés colectivo y de la realidad social. Para ello, es necesario manipular la comunicación, las ideologías, la ciencia; y porque no, el arte. De lo que se desprende que para evitar la duda manipulativa nada más fácil que la apariencia de una objetividad por medio de estadísticas y datos computerizados (sustitutos de la fe y a la vez indicios de lo falso).
Ante esta perspectiva, la obra de arte como reflejo social de cada época va acompañada en los últimos dos siglos de un elemento crítico, de una negación irónica. Lo que distingue el arte moderno del antiguo (de la ironía romántica al humor Dada y el Surrealismo) era la alianza crítica-creación. La eliminación del elemento crítico, en ese sentido, supone una castración de la obra.
En los últimos años de su vida, Marcel Duchamp trabajó ese mito en términos mecánicos. Con ello su relación con la utilidad era la misma que la del retardo y movimiento. Sin sentido y sin significación; eran máquinas que destilaban las críticas de si mismas (una ironía que recuerda al Quijote). El juicio estético tenía que ir acompañado de una idea equiparable a lo que en el arte antiguo fue la idea de religiosidad. De hecho, la funcionalidad del arte no queda hoy nada clara; y por eso, sigue estando en entredicho.
Así, en el artículo de Alberto Cardín (un profesor que tuve de antropología), "Los estragos del gusto. Cuadernos del Arte 1988 nº 49 mayo-junio; se habla del entramado económico en relación a las manifestaciones artísticas, de su carácter puramente mercantil y por consiguiente de una sobre apreciación (si el mercado es la sociedad en último término lo exige) de las artes plásticas, en donde todos se han de acomodar a unas leyes del gusto para el buen funcionamiento de tal estructura.
En ese contexto, el individualismo propio del arte lleva al artista a ser el primer legitimador de si mismo. Ello se concreta en nuestro medio natural con la búsqueda del entorno (intervenciones en la naturaleza, instalaciones o montajes) y del arte en la propia figura del artista (trazos expresivos y conceptuales, el cuerpo como conocimiento de contemporaneidad, construcción sobre el propio cuerpo). Descontextualización, constructivismo, eclipticismo y búsqueda de lo ancestral son algunos de los caracteres con los que finaliza el artista el siglo XX. Como un impulso para demoler, ciertamente, el gregarismo decimonónico premoderno, y también porque el artista en el nuevo siglo XXI va adquiriendo ya una connotación diferente.
El mito de Dédalo salvándose gracias a las alas que le liberan del laberinto de Creta en su afán por perpetuar un discurso o cuanto menos una herencia recibida, es paradigmático en ese sentido; pues hoy, nuestra herencia industrial abarca ese entorno que reconstruye a la naturaleza constantemente. Todo esto requiere evidentemente de un esfuerzo suponible de una juventud enterizadora y global, capaz de saltar obstáculos sobre poniéndose a las adversidades. Así, que la tarea del artista sigue y seguirá siendo el ponerlo fácil.