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El caso del artista Hitler


La falta de reconocimiento nunca ha sido la solución frente a la desvalorarización de una escena determinada y con eso se nos platea un problema; la prueba como testimonio incluso como verdad científica y conocimiento del mundo por oposición a la poquedad resolutiva. En resumen, la potencia sin obra en un estado de cosas donde la representación existe por el hecho de serlo pero al no disponer de tensiones de fuerza bien estructuradas sucede que se pierde el empuje inicial y con ello la responsabilidad del conflicto.

Bajo ese prisma virtual, el sujeto no puede enfrentarse a su objeto. Imaginémonos por un momento el contexto histórico y punto de partida; por un lado el imperio francés, por el otro el alemán y frente a eso puestos a liberar parcelas de luz porque no hacerlo con innovadoras pistas materialistas como el caso del racismo social. Y es que toda raza crea una moral y esta moral a su vez depende de la raza. Y siendo hoy el principio de que el alma puede llegar a subordinarse a la materia, ¿podemos sacar conclusiones de ello, no?. Otra cuestión es que toda esta arquitectura relevante en países industrializados adquiere bajo aquel prisma nazi el grado suficiente de naturalismo concentrado que se dirige no hacia un horizonte común sino hacia el particular germánico, lo que hace que se presente un marco en términos absolutos. La indogermanidad que representa históricamente la lucha contra el orientalismo supone separar cuerpo y alma, espíritu y carne. Para algunos, ahí radica toda la decadencia posterior donde lo orgánico se desvalorariza por el pensar cristiano-oriental. El resultado; que el espíritu soslaya la conciencia general y su herencia. Consecuentemente se crea la necesidad de divulgación de esas mismas leyes de la herencia y en ello las cualidades innatas de toda raza. Las claves son esas mismas circunstancias de herencia, de formación y ambiente. Un ejemplo, el carácter y el sentido, la dirección y la norma. Todo ello es lo que desemboca en la comunidad nacional. Pero el problema sigue radicando en la especifidad alemana.

En ese punto es donde los alemanes reaccionan frente a una copia de absolutismo francés (impuesto a la fuerza, evidentemente) y su norma barroca y donde las formas se pierden. El concepto y el marco político entran en crisis y en peligro a la vez. Una crisis dentro de otra crisis como sino se hubiera resuelto el problema de la pura transcendencia. Frente a esta exposición de intenciones se acumula el espíritu colectivo que ha de quedar de una u otra forma resuelto. Lamentablemente, la solución es la aparición en la escena política de Adolfo Hitler con su empirismo de fe programático. Ello supone no saber muy bien que lugar ocupan las cosas. Ahora bien, lo que parece quedar claro es que se trata de una cuestión de escala de valores reducida, dinámica y organicista, dirigida de norte a sur y de abajo a arriba.

El problema vuelve a ser de nuevo pues cognitivo, y de espacio. Y es a partir de aquí que carezco de más datos. ¿Porqué el artista Hitler no terminó pintando como hicieron el resto de artistas que alguna vez fueron algo; en que momento se le cortaron las alas y porqué razón?. A partir de aquí, me interesa destacar la cantidad de fenómenos materialistas que arrastra en su caída. Como si el artista Hitler; el que no pudo ser, representase el final de algo. Morir de forma incomprendida es la evidencia de la irresolución. ¿Hubo alguna razón de peso para ello; y existe un dogma más importante que la fe en uno mismo?. Una cosa si reconozco, aquí se enfrentaba la lucha del individuo, su inmediatez y determinación frente a la abyecta quiebra subliminal. Con ello empujar a alguien al estatismo supone dar un cheque en falso para un futuro poco prometedor. El punto cero entonces hay que situarlo aquí. Repito, sin origen ni beneficio; retorno explicito a la conciencia por la fuerza a partir de concepto de raza. Desamparo y abismo, un poco a la manera espartana de entender el mundo. Sin comunicación (ese pilar de la sociedad moderna) no hay reglas, ni transición; a lo sumo instinto y metáfora capital con la que interpretar el mundo natural.

Decía Malebranche que el mundo creado es realmente el mejor de los mundos posibles y más aún si la vida en común implica progreso del hombre hacia la realización de sus virtualidades naturales, entonces es donde las instituciones humanas dependen de la apreciación física (esto último, es mio). En ese grado de sociabilidad superada ya la idea de igualdad, queda el concepto de identidad que en el marco del pensamiento se transforma en fuerza independiente y divinizante. El conjunto representa el fin de la molicie prusiana y su liberalismo ecuménico, pero también nace con ello un mito a partir del consiguiente cuadro nacionalista, ese mito es el racismo ilustrado que en principio poco tiene que ver con la historia de Europa y con esa misma idea de igualdad de raíz semítica. De todas formas, no nos enredaremos. La verdad es que siempre había existido un racismo, el racismo científico a manos de la antropología física, la lingüística, la historia y la psicología y que exploto en el siglo XIX a raíz de la expansión imperialista (el congreso de Berlín de 1855) aunque era un racismo inocente, idealizado con la idea exótica del paraíso perdido. El de hoy es diferente y en un futuro es posible que se recupere esa idea chamánico-militar aunque creo que estamos aún bastante lejos de ello. De hecho, aquí mismo en el caso español el mensaje identitario del que hablo es factible sólo desde el marco político y socioeconómico y no desde el ámbito cultural. Es el producto de la herencia romana y grecolatina en el que la política gestiona de forma clara los bienes culturales. Por eso esa cultura funciona bajo el código de la anticipación universal y su innovación competitiva pero sin entrar de hecho en el tejido social de forma determinante precisamente por culpa de ese modo de ver las cosas, lo cual en principio no es ni bueno ni malo.

Teniendo en cuenta eso en el actual término caduco de "clase social" el saber no es ni será elitista precisamente por su necesidad de aceptación y especular con ello es estar ciego a la evidencia. Así que el mundo nazi con su sed de conquista llegó a alcanzar la cúspide de su histeria cuando sacrificó a su líder en un ejercicio de cinismo total y podemos decir con ello que la historia de ese pequeño burgués que pintaba temas costumbristas o lo intentaba terminó antes de empezar por lo menos desde el punto de vista existenciario (como presupone Heidegger a propósito del ser). Ahora ya pasto del olvido su final profético es claro y el riesgo mayor es casar esa impostura con las actitudes desnortadas que se van generalizando a la sombra de las instituciones y las prácticas desleales que de ellas se emanan. Por último, me gustaría apuntar que sigue siendo absurdo introducir el discurso racial sino va más allá de una cuestión atávica y en cualquier caso asumiendo perfectamente de lo que se está hablando. Es obvio por eso mismo el origen mágico-religioso de la cuestión racial pero no como contrapunto a la transcendencia sino por una cuestión analógica, cosa que hoy por hoy no contemplamos como una posibilidad real ya que no se adapta al objeto de la conciencia como tampoco a sus propiedades. Es así que si existe alguna forma de contenido en todo este discurso racista es sólo puro devenir y que la clave no está en su extrapolación sino en el reconocimiento de esos axiomas en las situaciones en que se encuentren, que como digo primero se han de ver como norma aceptada socialmente para más tarde convertirse en realidad de aquello a lo que aspira.

Es un punto delicado porque el actual discurso racista no es más que eso, un discurso de exclusión sin axiomas ni postulados, una especie de subcultura que trata de enraizar aquellos activos descontentos pero sin una escena real y propiciatoria. De hecho, el mundo lejos de esa realidad analógica buscará mecanismos de acción real para su supervivencia eliminando todo aquello que no concuerde con esa realidad terca aunque tenga que ser tomando decisiones forzadas. El caso Hitler es una cuestión sin resolver pero también una mancha moral vejatoria sobre la experiencia humana como si esta no tuviera derechos, lo cual posiblemente traerá consecuencias más tarde o más temprano.

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