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El ciudadano


Los hechos demuestran que en esta supuesta soberanía del pueblo ordinaria, la consecuencia más inmediata es que el ciudadano esta sometido a una continua arbitrariedad (intrinseca al sistema) y a ello hay que añadir que la ortodoxia tradicional y la cristindad radical (en especial en los EE.UU) es cada vez más extrema porque rechaza el materialismo en la búsqueda específica de valores más puros e indisolubles. Esta cuestión plantea un problema a la larga, ya que si bien, el caso de la arbitrariedad por un lado es positiva según como se mire, por el otro hay que entender el contexto en el que se desenvuelve de forma autónoma dentro de ese esquema autoimpuesto.

Se trata pues, de una cierta violencia dialectica estructural de la que emana el mal llamado optimismo helénico y eugenésico; aquel que surge a partir de una cierta armonía social y que se puede permitir el lujo de dudar de las opiniones de los hombres, predicando el retorno a un conocimiento subjetivo pero en el que, sin embargo, es dificil encontrar algún contenido positivo en ello aunque aporte per se la visión para buscar la via del conocimiento libre al margen de la óptica religiosa que hasta entonces lo impregnaba todo.

A partir de esta posibilidad el hombre se pone a buscar el cuerpo que alberga esa mecánica para así poder establecer la materia sobre un fundamento sólido. Una cuestión que sigue siendo patrimonio cultural universal de todos pero en la que se acaba de la misma forma que cuando las aspiraciones fustradas del fascismo de mediados del siglo pasado; esto es, el culto a la acción por la acción, el deseo insaciable de expansión y el desprecio total por el intelecto, y todo esto, sin duda, a causa de su propia naturaleza constitutiva, por lo que ello no esta indicando que o bien tendemos aún más hacia un gobierno de empirismo crónico ciego como el actual o bien hacia el caos más absoluto (ambas cuestiones autodestructivas). El límite no lo impone pues, la naturaleza tal y como se esperaba, bajo ese manto proteccionista ciertamente autárquico y cuasi fisiológico, sino la cruda realidad que anunciaba Hegel cuando reprocha al plueblo judio su renuncia a pensar el motivo de su piedad y el contenido de su fe en el proceso de unión entre hombre y naturaleza y donde todos son iguales y valen lo mismo y la verdadera reconciliación es substituida por unos valores universales y abstractos en el plano de lo ideal.

Si bien, el aristotelísmo invierte esa postura estableciendo una causalidad única y eterna que descubre el cuerpo y su constitución; la filosofía, a partir de aquí, se dedica a sacar conclusiones de los progresos científicos y sus productos realizados y también a preservar el orden intelectual tradicional, salvando la transcendencia y adaptandola a las novedades del momento sin plantearse nada más.

En relación a ello, el siglo XX aporta su física contemporánea estableciendo el principio de relatividad en el espacio tiempo y creando a la par la ciencia cuántica donde parece ser que todo vuelve a estar en armonía y donde objeto y sujeto son una dualidad inamovible a partir del que se sostiene todo el sistema. También ocurre lo mismo a un nivel interpretativo por lo que sólo queda, tristemente, seguir dudando de la opinión de los hombres inocentes tal y como hacia Sócrates en su aparente visión del mundo inocua e indolente.

No hay contraste porque en realidad no hay planteamiento inicial, sólo deriva programática, doblez y traición; porque no se puede depender de la extensionalidad de las intenciones y pretender verse reflejado en ese espejo ya que de hecho y en última instancia, buscamos ahora profesar otra fe, más noble y justa y más acorde con eso que llamamos el sentido común o las ganas de vivir. No pedimos mucho, sólo el saber que estamos aquí por algo; algo más grande que nosotros mismos y para ello necesitamos saber en que circunstancias nos encontramos y porque el hombre se utiliza a si mismo como referente para la producción de conocimiento. Quizás, la respuesta este en el deseo de superar lo trágico, la angustia y el propio lenguaje y es que donde todos habitan algunos, los más intrépidos, albergamos imposturas como principio de iniciación. Es un proceso parecido al de la pintura donde el resultado no es la belleza sino el planteamiento hostil frente a la cultura y el entorno. En ese sentido, el punto de partida siempre es negativo y es allí donde se eleva la voluntad y los cielos no se abren, y es también el lugar, donde ni siquiera el infinito reacciona frente a la oscuridad. Hacedme caso, pese a lo que os hallan contado (tal vez, cosas como que las partículas se expanden por el espacio-tiempo y que por eso es tan complejo el mundo) de que ahí no estará nunca la respuesta que, posiblemente, buscáis.

Si bien es cierto, que el hombre alcanza en este proceso la conciencia de su propia negación (eso que llamamos nihilismo y que en Rusia se convirtió en antisemitismo) ,también lo es que a partir de aquí, no sabe por donde seguir y que se toma esa conquista a modo de involución inmunda. Por tanto, el mayor peligro esta en seguir mirándose el ombligo sin aportar ninguna cota defendible. De hecho, el relativismo moderno y el determinismo de la aristocracia, son aún los dos pilares en los que se hunde la verdad. Una verdad, que nada tiene que ver con el mito del eterno retorno como movimiento conservador y negacionista, en cuanto al tiempo y el espacio se refiere. Ya hemos hablado sobre esa física contemporánea en otros artículos (Éter, por ejemplo) y de los filósofos animistas y reaccionarios griegos y romanos que ven como, exclusivamente, pasa la tormenta para que las aguas vuelvan a su cauce, o de los antiguos, representados por el macho alfa que aún esta ahí pero que entre nosotros no hará ahora religión, ni combatirá ni al bien ni al mal, porque sólo vendrá hacia nosotros a por el paradigma del centro y de la montaña mágica, dándose cuenta al final del error de su cálculo. Nuestra única esperanza es pues, que el mismo perciba el marco en el que se desenvuelve ese mito y se sumerja, finalmente, en su ego para seguir mostrando dos factores básicos: su condición y su memoria (y eso, porque es un poco la dinámica de esa misma filosofía contemporánea), ateniéndose, sin entrar en conflictos ciertamente complejos en el pensamiento occidental, a aquello que apunta el juego de la creatividad como motor superador del mecanicismo tecnológico y de la alienación virtual. Algo que sigue siendo válido, ya que la metafísica supera con creces los obstáculos dialécticos propios de esta época; y el ciudadano, que ya apuntaba maneras desde hace tiempo pretende, ahora, convertirse en centro de un núcleo en el que se ve como único protagonista, lo que supone, en fin, su única posibilidad pero también quizás, su propia caída en esa visión rústico-patética tan propia del hombre y que se ha ido demostrando a lo largo de los siglos que acaba siempre en despotísmo teocrático en el mejor de los casos teñido de tinte ilustrado, en el que tener a Voltaire es tener al Dios-razón.

La historia demostrará en un futuro, que la cuestión no será esa aunque hoy podamos decir con mayúsculas: ¡adiós pobreza, hola cultura!, en esta supuesta transformación hacia esos mismos valores democráticos. Una incipiente dorada medianía es lo que nos espera por delante. Eso o la esperanza en el más allá.

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