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La fenomenologia

El mundo cognoscible se ha convertido hoy en un gran paisaje fenomenológico, al que se le van uniendo las ideas básicas del pensamiento humano: individuo, razón de ser y estar, y mundo propiamente dicho; y todo bajo el prisma de la posibilidad de la propiedad o de la impropiedad. Pero, empecemos por el principio: ¿cuales son los niveles de exigencia actuales a la hora de entender, de afrontar o de penetrar en la realidad?.

Pongo, en primer lugar, la experiencia con todas sus variantes y su continuidad que, según Heidegger, es la proyección primaria sobre ese mismo fondo. Aquello, que es accesible, tiene sentido.


Bien, ahora pensemos en lo que hemos dejado atrás que, en sentido común, consiste en estar poseyendo algo que los antiguos no tenían o carecían en exceso de ello. A partir de aquí, surge la vida; una vida colgante de esos mismos fenómenos que aquí presentamos, y con ellos, su caracterización moderna y la de sus valores.

Prescindiendo del concepto de Arca de Noé (ya en desuso), afrontamos esta nueva perspectiva bajo el criterio formalizante de lo propuesto. No deberíamos caer, con ello, en el error de pensar que el siglo de las luces se limitó a imponer un sistema, así, como que tampoco, deberíamos pensar que el marxísmo carece de exégesis moralizante, aún a día de hoy. De hecho, de la fusión de esas dos ideologías categoriales pasará, algún día, un punto que está aún por descubrirse. Frente a ese axioma tenemos, pues, el discurso, la cotidianidad y la sociabilidad: y porqué no decirlo, la malicia de obstaculizar al contrario.

Desgraciadamente, este último aspecto se ha enfatizado demasiado últimamente. Así que podemos decir que, al final de todo, malogramos aquellas herramientas que se nos ofrecían en su momento; y que lo hicimos de forma rastrera, altiva, mezquina y soezmente. ¿Que más requisitos nos exige el presente a partir de aquí?. Que esa experiencia este sistematizada bajo algún control social. En ese caso, conocer requiere de un método preciso que no se destruya a si mismo y no acabe basculándose en la nada. En un mundo que no signifique nada. De nuevo, aquí, aparece el problema de la necesidad representacional de las cosas, de las cosas que están en proceso y con las que hay que tener cuidado de no meterlo todo en el mismo saco, sino queremos quebrar esa representación de la modernidad como un conjunto de posibilidades individualistas que en el sentido temporal debería acabar como empezó: emanando vida y cayendo, de nuevo, en el caos. Sin embargo, no siempre funciona esta proposición eónica, como tampoco, el someterse a la voluntad de la providencia. No es casualidad, que hallamos llegado donde hemos llegado; a base de internacionales organizadas por partidos de clase, asociaciones católicas y clubs privados bajo tutela papal.

Si señores, más papistas que el Papa han sido y siguen siendo esos países capitalistas y ex-bolcheviques, centrados ambos en ese aspecto de nuestras vidas. La alquimia del verbo sigue siendo el nexo necesario y formalizante, donde la utopía sigue estando demasiado cerca después de tanto trajín. Con la fenomenología no se pretende sino discernir entre verdad y apariencia, bajo el peso de la máscara de lo erróneo. Un peso que por si sólo no aporta gran cosa. Hace falta volver a Kant y a la idea del movimiento como algo perteneciente a la cualidad de la materia. Ver la fenomenología, quizás, como el último eslabón de la psicología, en clave de conciencia colectiva moral. Este psiquismo, muy en boga en los siglos XIX y XX, carece de un significante enérgico para una especulación prolongada en el mundo natural. Me refiero con esto, a la concreción del juicio que debería ser acorde a dicho método. Pero ocurre que, precisamente, ese mundo natural es el que está en entredicho gracias a personajes como Rousseau, Voltaire, Milton, Goethe, Napoleón.... Por tanto, pasa a ser pura descripción de la intuición dentro de los límites en los cuales se presenta; careciendo, además, de esa geografía que ha olvidado, para confirmarse como tal. Y esto, nos lleva de nuevo, a Heidegger, y a su condición en el mundo que se presentaba como método de reconocimiento y visión, previos a toda ciencia.

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