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Perdonad la ligereza pero lo voy a plantear de la siguiente manera: hemos logrado romper con el mito del logos hasta imperante, con su efecto y con su causa y no por ello nos escondemos, sino, más bien, todo lo contrario. Damos la cara frente a la ignominia del logos, que para nosotros es la fuente de todo mal. Entendamos que esto no es porque si, sino, que recoge el tradicional discurso jesuítico y ateo que tanto dió que hablar hasta los tiempos modernos.
Bien, romper el dualismo de la espada y el dragón no es fácil, porque ello implica una nueva concepción espacio-temporal. De hecho, implica acabar con esa escuela griega tradicional, donde la forma era la figura masculina, y materia la femenina, siguiendo el precedente de los pitagóricos que llamaron a la mónada el padre, y a la díada la madre de los números. Según Schelling, este era el punto donde son enteramente uno la materia y la forma, y donde alma y cuerpo son indistinguibles en esta forma misma, estando por esta causa más allá del fenómeno.
A partir de aquí, sin embargo, el pensamiento eterniza este conflicto. Pero he aquí, que el hombre comprende su error programático. Comprende que el motor demiúrgico no puede ser ese, pese a su evidencia y alienación, y eso pasa cuando descubre como está descubriendo ahora que el grado de implicación ha de ser mayor. Que no le basta el todo imperturbable, pues depende de lo eterno, no según el tiempo, sino según su naturaleza (como también diría Schelling). Ahí entra la cuestión de la representabilidad. Un tema actual en la medida de esa estúpida visión moderna de la que emanan como un flujo constante sabiondos de todo clase y condición (aunque también los hay que aciertan).
El panorama actual, ecléctico e individualista, sigue sosteniendo ese rosacruzismo basado en la unidad. Pero, reculemos a partir de aquí. Si hemos de seguir defendiendo esa unidad será por alguna razón. Quizás, sea por nuestra ideosincrasia pero lo que está claro, es que el día que no nos sea útil ese trauma lo superaremos fácilmente. Tan cierto, como que estamos superando el concepto de individualismo o de individuo, dentro del discurso de la yoidad. Este hecho, y no otro, dará que pensar a las futuras generaciones que, lamentablemente, aún piensan en repetir los errores de nuestros antepasados sinérgicos.
Se trata, pues, de una obra de ingeniería social que implica un nuevo orden de cosas. Si echamos una mirada a la actualidad, nos daremos cuenta de que, en apariencia, todo sigue igual. Sin embargo, algo más se está cociendo. Pongamos un ejemplo drástico, la radicalización del Islam no es el producto de un conflicto entre civilizaciones, sino, la evidencia de una falla interna. En la universidad, estudiamos algunos procesos internos del Islam en clase de antropología, pero eso era sólo la superficie. Si profundizas un poco más en alguna biblioteca, te das cuenta del verdadero problema. Toda civilización debe estar regida por unas normas y el Islam no es una excepción. El Islam tiene en la actualidad los mismos problemas que el resto del mundo: territorio e individualidad, básicamente, son los dos principales. Si excluimos su ideosincrasia, estamos alimentando la fuente del conflicto. Pondré otro ejemplo; la cuestión del creacionismo y el evolucionismo. Mi primera pregunta sería; ¿son ambas cuestiones producto de estudio. Me refiero, a su visibilidad, su naturaleza; y por tanto, su proceder.
Sería un añadido, quizás plantear otra cuestión. Si en el Islam aparecen sujetos dispuestos a morir con toda naturalidad por su fe (igual que en occidente sucede lo mismo, pero con otro discurso), ¿será por alguna razón, digo yo?. Para mi, esa es la cuestión principal. Se trata, de mantener la llama encendida, tanto en un caso como en el otro, y en ello, hay sujetos que comprenden ese nexo de unión vital con los ancestros. Desde este punto de vista, no hay nada reprochable, sino más bien, todo lo contrario, tiene que haber siempre una élite que empuje a los demás hacia adelante. Lo que me preocupa, en el fondo, es que no lo consigan. Y ahí, es donde aparece el verdadero escenario. Volvamos de nuevo al principio, ¿tenemos aquello que necesitamos para lograr nuestros objetivos o, sencillamente, fracasaremos antes de empezar como le sucedió al fascismo de mediados del siglo pasado, arrastrando sus cosmovisiones hasta hoy?.
Así, yo no me identifico con esa paranoia tradicionalista de los orígenes de una cultura que está por hacerse, ni tampoco de su contrario, sea este cual sea (nihilismo, etc). Mi causa es parecida a la de la abolición de la esclavitud. Pero no contra una civilización o un sistema de vida presuntamente ideal (por ejemplo, el occidental o el americano), sino contra todo aquello que nos sepulte en la servidumbre más ignominiosa y pueril. Precisamente, por esa naturaleza pueril es por lo que puedo decir que veo con claridad el problema. Pueril, me parece el Holocausto judío sin más razón que la disonancia cultural entre Occidente y Oriente. Una cuestión que se sacaron de la manga ciertas élites que no veían con buenos ojos la civilización laica de ciudadanos libres y su prolongación. Se podía malograr trastocare derecho natural versus tradición, pero de ahí a tergiversarlo todo hasta hacerlo indeseable hay una gran diferencia. Cuando digo, que en Occidente se están armando las élites más intransigentes sin oposición; me refiero a que si lo hacen es porque pueden, porque no hay nadie que les haga sombra.
Vemos a ese Islam como una subcultura, y nos produce indiferencia. Lo mismo que el caso de la galaxia marxista (aunque, yo no fuera testigo más que de la caída del muro de Berlín). Es, después de eso, que aconsejo la anticipación, pero no del devenir, sino de su producto.
Si en el Islam hay algo de bueno, hay que hacerlo reconocible. Si África sigue abierta a la influencia oriental o china, debemos ver sus posibilidades. Si el pequeño núcleo que supone el pueblo judío supone un problema por esa misma representabilidad, aconsejo una visión más panorámica y ambiental (un poco a la manera cartesiana). No de su entorno más inmediato o cultural, sino de la intencionalidad de sus influencias. Si en los países eslavos y balcánicos aparece la deriva, dejemos que se miren al ombligo. Si Occidente, por su parte, está cansado de hacerlo, dejemos que se transforme en sus formas.
Esto y aquello, en definitiva, es material demiúrgico, y como tal ha de ser entendido.