CCCB.
El CCCB representa la praxis, la situacionalidad original del ser humano en su entorno natural y social; y ello pese al carácter incomprensible de lo único. Como dato referencial basta decir que el positivismo suaviza esa circunstancia ya que se tiene por cierto que en todo límite objetivador aparece su condición positiva. Aunque, no entraremos aquí en este tipo de tradición metafísica, basta con dejar constancia de ese hecho entorno al paradigma propio de toda institución y de su bagaje cultural, una de cuyas funciones es recoger esas tradiciones tanto científicas como artísticas o de cualquier otra índole.
Certidumbre, pues, a partir del concepto de Estado moderno que aporta una visión moral y de costumbres nuevas. Pero también, optimización de ese tipo de recursos bajo el clásico enfoque empirista asociado a determinados comportamientos culturales. El más destacable de todos ellos es la transformación y preeminencia de la función social por encima de las circunstancias y su planteamiento en relación a su desarrollo histórico (hecho este que se hereda de la Ilustración).
Por la trayectoria del CCCB sabemos que no deja de representar un campo abierto a la experimentación; lo que hace difícil, de entrada, situarlo bajo un determinado modelo cultural. No es menos cierto, que en el campo de los medios de comunicación estos funcionan como un agente de socialización, lo que supone que ello establece una normativa cosa que, posiblemente, sea la función última de toda institución. Quería llegar hasta aquí porque el CCCB nace con esta voluntad en un entorno determinado (el Raval). Esto lo conviete en un puente entre la parte cultural de la ciudad y lo que tiene de social esa ciudad. Bajo este prisma, la cultura se sitúa sobre el concepto de evolución y cambio; y lo hace en su ámbito cualitativo en lo que concierne a lo colectivo y a lo cualitativo.
Sin embargo, si consideramos el desarrollo del CCCB veremos que al margen de garantizar esa reproducción social y cultural de una determinada sociedad (en este caso, la nuestra); ello puede implicar una concepción materialista de la cultura, en el sentido que tiene de reciprocidad entre la institución y su función social. Me refiero, obviamente, a la reciprocidad en el que se desenvuelven hoy en día las instituciones en relación al tejido social y a la iniciativa privada. Como tal, el CCCB supone un campo abierto a la experimentación de tales proyectos; lo que, ciertamente, supone una autoregulación de ese aspecto materialista al que hacíamos referencia.
Así, en el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo que escribe el Marqués de Sade en 1872, el sacerdote le pregunta quien puede comprender lo que vemos, a lo que el moribundo responde: aquel que simplifica las cosas, amigo, sobre todo aquel que no multiplica las causas para no oscurecer aún más los efectos. Quiero decir con ello, que con la cultura pasa lo mismo. Hay en ella un factor de probabilidad, de credibilidad y de responsabilidad que la hace ser lo que es. Muy por encima de la metodología a seguir nos enfrentamos, sin duda, a una cuestión de fe. En el orden de las cosas sensibles es la cultura la que presenta batalla. Así, esperamos de ella aquello en lo que nos reconocemos. Identidad, pues; y relevancia en las acciones. Al margen de ello, queda el espíritu de significación y el empeño que pone cualquier institución en mantener ese nivel de concreción.
Estamos, pues, frente a un espacio a medio camino entre el individuo y el discurso de lo colectivo, básicamente, a partir del carácter evolutivo de su programación cultural. Con ello, se redondea la tradición del conocimiento y su desarrollo. Como explica Max Dvôrak; la sucesión de cosmovisiones distintas fuerza el cambio de formas de expresión en cada medio social y cultural; e incluso provoca el cambio del propio concepto de cultura y sociedad. Un ejemplo de ello, lo tenemos en el proyecto industrial sobre la base positiva para el cual la esencia del arte residía en su materialización y precisión. Así, podemos hablar del arte o de la cultura en el sentido de producción en función de las necesidades sociales. Como referente cultural, en la era industrial se produce la alianza entre arte e industria dentro de un contexto evolucionista de la ciencia y, básicamente, a partir de principios objetivos en relación a su naturaleza. Más tarde, de esta alianza se deducen también los principios de la sociología del arte a partir, sobretodo, de un cambio de paradigma cultural.
Es evidente que el CCCB tiene o pretende tener desde esa perspectiva un marcado carácter social como equipamiento cultural. Un caso similar, es el centro Georges Pompidou en Francia. En ese sentido, con el paradigma fundacional del Estado del Bienestar que se remonta a los años sesenta se pasa en los ochenta al desarrollo local y la regeneración urbana. Es una característica propia de la modernidad. Ello supone, un retorno al centro y una reivindicación de los entornos urbanos densos. Su precedente: el romanticismo, donde se traduce el tipo de educación que ha de trascender a partir del conocimiento. Ello implica que el sentido y función públicas de la cultura esta ya en el orden de lo cognitivo; o dicho de otra manera, funciona con plena autonomía a partir de su acotación. Se espera, pues, de este campo unas variables resolutivas que en el pasado estaban por determinar y que dan sentido a un mismo tipo de realidad material desde los diferentes ámbitos epistemológicos que se van proponiendo en su forma continua. Lo que implica, a la vez, sino una influencia en las políticas nacionales si al sentido de Estado en su conjunto.
Bibliografía:
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